EL COFRE DEL CID
Esta historia real o legendaria está narrada en el Cantar del Mío Cid y ha pasado de generación en generación y vendría a demostrarnos las malas artes empleadas por los cristianos con los judíos.
Se cuenta que cuando Rodrigo Díaz de Vivar fue desterrado por Alfonso VI, se encontró con que necesitaba dinero urgente para pagar a sus tropas, y no encontrando como hacerlo se fue casa de unos judíos prestamistas de Burgos. Les pidió el dinero que necesitaba a cambio de un cofre con las joyas de su familia que eran mucho más valiosas que la cantidad de dinero que les pidió en préstamo. Los judíos aceptaron el trato y cuando Rodrigo se marchó y abrieron el cofre, descubrieron que dentro solo había piedras.
Hay una versión de la leyenda que intenta salvar al Cid diciendo que efectivamente él entregó el cofre lleno de joyas pero que ante la avaricia de los judíos, estas se convirtieron en piedras. Cuando el Cid volvió a Burgos con dinero suficiente (botín obtenido de los moros en sus conquistas) para rescatar las joyas de los judíos, las piedras se tornaron joyas otra vez delante del Cid.
El Cid está enterrado según se dice en la catedral de Burgos y su cofre también se encuentra allí.
EL PAPAMOSCAS DE LA CATEDRAL
El reloj que lo contenía y que sigue sobre una de las puertas de la catedral dejó de cumplir su papel hace mucho tiempo, pero la figura del papamoscas abriendo desmesuradamente la boca cuando suenan las horas sigue presente en el recinto del templo pero sin que se escuche el grito estridente que lanzaba al darlas.
Se dice que fue encargado por el rey Enrique III el Doliente que tenía costumbre de ir a rezar a la catedral. Un día apareció una hermosa muchacha que le robó el corazón, el rey la siguió al salir hasta verla entrar en su casa. Todos los días acudía a la misma hora para ver a la muchacha rezar, pero por su timidez no se atrevió a entablar conversación con ella.
Hasta que un día después de varios meses, la desconocida dejó caer un pañuelo al paso del rey. Éste lo recogió del suelo y le entregó el suyo a cambio, entre ambos se intercambiaron una tierna sonrisa pero no se dijeron nada. Sólo después de desaparecer más allá de la puerta, el rey oyó un doloroso lamento que se le clavó en la memoria sin poder desterrarlo.
Durante días enteros el rey esperó a la muchacha en la catedral pero esta nuca volvió a aparecer. Acudió a su casa para encontrarla vacía, los vecinos le confirmaron que allí hacía muchos años que no vivía nadie porque todos sus habitantes fallecieron víctimas de la peste negra.
Deseando recordar a la muchacha y su lamento, el rey mandó construir el reloj con un bello pájaro que representaba a la muchacha. Pero el relojero no consiguió reproducir ni la belleza de la muchacha ni su lamento y en su lugar el pájaro lanzaba un horrible graznido.
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